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M.

Pedía permiso para entrar, pero pocas veces lo conseguía. A veces se sentía interpelada, banalizada, ofendida, sobreutilizada, quizá hasta deseada. Pasaba los días recibiendo a rebaños de personas enviadas hasta ella, con razones o sin ellas. Las trataba con afecto, pero sin renunciar a las esencias, que una es lo que es y lo que es, es. Se hacía llamar M. porque su inicial, repite siempre, hace más justicia a la verdad que su nombre completo. La eme inicia mundos. Aunque la eme, también, es el inicio de los males. En su caso era más un poco más complicado. No acababa de entenderlo, pero siempre generaba rechazo, y por eso cuando le preguntaban su nombre escondía la –ierda tras la eme. Estaba segura de haber desatado tormentas y de haber levantado montañas, y aunque nadie le agradeciera nunca nada, M. estaba dispuesta a seguir haciéndolo. A sus ojos todo era bello, pero ante los ojos de los hombres nunca fue quien quiso ser. Los parámetros, pensaba, cambian. Con el tiempo y con los ojos, con las manos y con los labios. Ese cuento se lo sabía bien: todo depende del cristal con que se mire. A ella la crearon como categoría amplia, donde meter todo aquello que no cabía en ningún sitio más. M. lo llevaba bien, aunque ya no le cabían más siglos bajo la alfombra. Todos empezaban igual, prometiendo no darle más trabajo; pero todos terminaban igual, engordándola como nunca. M. visitaba entonces contenedores, papeleras y vertederos, pero también despachos, escaños y tribunas. No solía molestar más allá de lo necesario, que era lo que implicaba su mera presencia. Ayer volvió a las andadas. Pidió paso y recibió una respuesta tajante:

  • Aquí ya estamos de mierda hasta el cuello. No veo para qué quiero más.

M. insistió, dijo que ni la iba a notar. Que era pequeña, casi inofensiva. La diferencia entre su presencia o su ausencia sería imperceptible. Pero la respuesta la mantuvo a raya por un rato:

  • A mí no me engaña. Usted siempre se expande.

Se dió media vuelta, pero hoy M. volverá a las andadas. Si te la encuentras, no olvides desearle mucha de sí misma. Siempre lo agradece tanto que para ella, al final, compensa hacer relatos de mierda.

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