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Cómo hemos cambiado

Se acordaba de repente, justo cuando empezaban a sonar los primeros acordes de la canción. La voz de Sole dolía como duelen los recuerdos apartados al liberarse, golpeando las paredes de la memoria con la rabia acumulada por los años de encierro. Semanas más tarde llegaría a asegurar que el primer ‘cómo hemos cambiado’ se oyó frío, áspero y amargo; que enfrió el asiento y desactivó la calefacción. Que se llevó el poco calor que había acumulado en los escasos diez kilómetros que llevaba de viaje. Esa noche Presuntos Implicados se colaba entre los pliegues del altavoz del coche, logrando que por primera vez prestara atención a la radiofórmula aleatoria que tenía sintonizada. Diciembre, advirtió con cierta ironía, vino cruel desde el principio.

Aquélla fue su primera profecía autocumplida. Hacía ya casi doce años y lo recordaba como si fuera ayer. El recuerdo era nítido, casi tanto como el dolor que provocaba esa inasumible certeza adolescente autoafirmada: cómo hemos cambiado. Y, sobre todo, qué lejos ha quedado aquella amistad que nos unió. Conducía, pero viajaba a su vieja habitación, ambientada con el sonido de la minicadena y el hastío de sus apuntes pintarrajeados. Tenía 18 años y pensaba que el mundo empezaba y terminaba en sus pies. No en los suyos, claro, sino en los de ella. Como todas las pasiones adolescentes era irracional, intensa y definitiva. Pero ésta dolía más porque por entonces ella ya tenía unas piernas donde esconder sus pies, que luego fueron otras, pero nunca fueron las suyas.

No era la primera vez que escuchaba la canción porque se la sabía casi de memoria, pero sí fue esa vez cuando se dio cuenta de que hablaba de él. De él y de ella en un futuro cada vez menos lejano. A los 18 supo que iban a cambiar, tanto como para dejar atrás la intensa amistad que entonces los unía, y que no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Que por mucho que lo intentara, y mira que lo intentó, estaba escrito. Los presuntos implicados de la historia esta vez eran ellos, pero de presuntos no tenían nada. A los 18 la fragilidad del mundo es infinita, sobre todo cuando tu mundo se sostiene por un punto de apoyo con el pelo largo y rizado. Eliminar el punto de apoyo, y hacerlo de manera inevitable, provoca que el mundo caiga y ruede llevándose por delante las tardes eternas de complicidad en los bulevares.

Era la única de todas las certezas que tuvo con 18 años que seguía intacta.

Hay que joderse.

Tiempo después le contaron que hacía poco que había dado el sí quiero. Descendió rápidamente por el muro de su Facebook, ya sin rencor ni dolor. Ni siquiera nostalgia o añoranza de lo que pudo haber sido. Eran muy niños entonces, y lo que ahora sentía no tenía nada que ver con el amor. Sólo sentía algo que creía identificar como pena, aunque no estaba seguro, por saber que ella era una de esas personas que merecen la pena. Una de esas que quieres cerca.

Juró no volver nunca a escuchar a Presuntos Implicados hasta que pudiera contarle esta historia a la cara. Mientras, decidió sobre la marcha, escucharía a Diego Vasallo cantando que la vida te lleva por caminos raros. El caso es que si había que hablar de profecías autocumplidas, pensaba, no se le ocurriría nada mejor.

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