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Te contaremos Buenos Aires

A ver, lo que pasa es que no sé ni cómo empezar a hablar de 2019. Con retraso, claro, pero eso como siempre. El caso es que al final llego, pero -para no variar- siempre tarde, como los Celtas. No sé ni cuántas semanas llevamos ya de 2020. Sé que llevaba muchas con ganas de sentarme delante del ordenador y ponerme a escribir, pero no he querido encontrar el momento. Es simplemente eso, que no sabía, ni sé, cómo empezar esto. Supongo que lo más sencillo sería pasar página, dejarlo estar, mirar a este año que ya llega, que ya pasa, y callar; callar ahora que se puede callar. Pero entonces no cierra la herida, y por eso sí que no paso. Tenemos todavía alguna cuenta pendiente, 2019, y prefiero dejar esto ya en leído, sin la estrellita ni la marca amarilla, y que seas un año más en el calendario al que feliz y finalmente le siguió 2020.

Ya lo sabes. Me viste en mis mejores y en mis peores momentos. Es curioso que lo bueno y lo malo coincida así, tan intenso y tan cerca. Pocas semanas, poco tiempo, de ese que -por si fuera poca la burla- pasa volando y que parece que se ríe en el horizonte. En 2019 me casé con Lucía. Fuimos a Corea del Sur, volvimos a Japón. Viví algunos de los mejores momentos profesionales que recuerdo, aunque también algunos de los peores. Taché una de las cosas que siempre estuvieron primero en mi lista de cosas que hacer en la vida: fui a la ciudad que siempre había querido conocer, a Buenos Aires. La añoraba desde niño, ¿sabes? Me moría por volver antes siquiera de haber llegado. Hubo más cosas: estuve en Cadaqués y en algunos de los rincones más bonitos que he visto en España acumulados a lo largo de la Costa Brava. Estuve en casa de Salvador Dalí. Me bañé en el Mediterráneo más azul y hasta me subí en un barco para ver el Cabo de Creus desde abajo. Y, sobre todo, lo pasamos como nunca el 1 de junio.

Pero también fue el año en el que pasó lo demás.

Se dijeron luego muchas cosas, pero ‘te contaremos Buenos Aires’ era la única promesa que importaba de ese septiembre despiadado que todavía no ha pedido ni perdón.

Te lo vamos a contar todo, no preocupes por eso. Los viajes, las cenas, los sábados. Los nietos, los tours de Francia y los veranos. Te contaremos Aoiz, Urroz y la Foz de Arbayún. Te contaremos Buenos Aires. Escucha cada pocos días, por mucho que estés disfrutando con los abuelos arriba, porque te estaremos hablando. Y no te pierdas detalle, porque lo mejor está por venir.

Podría haberte contado que Buenos Aires fue simplemente mi ciudad favorita. Volver con Buenos Aires en las piernas hacía que pisar Barajas fuera un juego de niños. Cuesta, porque cansa, pero las piernas agradecen las calles porteñas. Te contaría, al bajar, que a Buenos Aires se la puede cantar, escribir, bailar. Que era como si Buenos Aires quisiera ser mía y lo gritara a cada paso. Que era como estar en casa sin estar en casa, y eso es fantástico porque así se tienen un par de casas. Una a cada lado del océano.

Lo decías siempre, hay pocas cosas más importantes que cumplir con la palabra dada. Prometimos contarte Buenos Aires. Habría sido uno de tus sitios favoritos, aunque solo fuera para que fuéramos nosotros. La casa de tu Mafalda. Habrías querido encontrar a La Maga en cada foto. Habrías querido que te contáramos todo, día por día; todo lo que habíamos comido, bebido, cenado, visitado y comprado. Nos habrías preguntado por Uruguay, el paisito de tu lejana amiga de juventud. Que qué habíamos hecho, minuto a minuto, para hacer de ese miércoles el mejor miércoles del diciembre porteño.

Yo te habría dicho que lo primero que te recibe en Buenos Aires ese es nombre sonoro, noble, amable y romántico. Esa Buenos Aires, esa capital que es tanto Madrid como Barcelona, tanto París como Roma, tanto Florencia como Cádiz, tanto Ciudad de México como Nueva York.

Te habría dicho que te vas enterando poco a poco de que llegaste cuando te das cuenta de que estás atravesando el barrio de Caballito en el taxi de Norberto. Aquí los barrios se llaman bonito: Recoleta, San Telmo, Puerto Madero, la Boca. Caballito, Almagro y, al fin, Palermo.

Palermo, Palermo Soho y Palermo Hollywood. Te habría dicho que yo pensaba que mi barrio era la Recoleta. Pues mira, no. Fue Palermo. Fueron sus bares, sus teatros, sus parrillas. Sus murales, sus callecitas, sus gentes. Ta habría hablado de eso que pasa cuando paseas. De cómo la Recoleta es cualquier ciudad europea señorial, limpia y con sus rincones caros y bonitos. De por qué la Avenida de Mayo, en cambio, es Madrid.

Miraras donde miraras, desde los baldosines de las aceras hasta los árboles, pasando por los kioskos, los bares y la gente que paseaba con prisa o sin ella. Todo es Madrid. Buenos Aires es esa extraña sensación familiar de cuando ves a tus primos lejanos, de los que no sabes casi nada, pero tienes una conversación cordial y cercana que simplemente continúa en el último punto en que la dejaste hace 4 o 5 años.

Después de las fotos te habría dicho que Buenos Aires es como una distopía. Como uno de esos futuros alternativos que salen en las series, pero con la diferencia de que aquí resulta que tú sí conoces esa realidad alternativa. La real. Argentina, ‘la Argentina’, es lo que sería una parte no menor de España o Italia de estar en América Latina. España, pero sobre todo Italia, es lo que sería Argentina de estar en Europa. Te explicaría que Buenos Aires es la ciudad más parecida a Madrid que he visto nunca. Ay, Buenos Aires; ay, Argentina. Yo te quiero desde lejos y desde cerca te extraño, como Andrés.

Lo que pasa es que, de haberlo sabido, no habría detenido el tiempo en Buenos Aires. Lo habría hecho mucho antes. El 1 de junio, en concreto.

Ya sabes por qué. Y también ya sabes por qué. Primero llegó junio, pero luego llegó agosto. Y lo que pasó después de agosto ya no lo sé.


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